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A la búsqueda de la izquierda perdida





Marcel Proust escribió A la búsqueda del tiempo perdido en apenas 7500 páginas divididas en siete tomos. Allí leemos las aventuras de un joven ávido de encontrar y encontrarse en la Francia del entresiglo XIX-XX, tanto a través de la introspección individual como en la observación de los semejantes. Así y todo, el narrador de A la búsqueda no es ajeno a la política. En efecto, el joven Proust que viene de buena familia burguesa parisina comienza a buscar firmas para denunciar la injusta condena del Capitán Dreyfus, acusado de espionaje contra Francia sin prueba alguna. Será la primera solicitada de la historia: con 1500 firmas saldrá publicada en 1898 por el diario l’Aurore el día después y en apoyo al “J’Accuse” de Emile Zola. La defensa de Dreyfus es la partida de nacimiento de la izquierda francesa moderna (que llamaremos “la gauche”), Marcel se cruza con Jean Jaures, Georges Clemenceau y Anatole France entre muchos otros. 


Desde luego, a lo largo del siglo XX no faltaron ministros de izquierda –socialistas o radicales-socialistas- en diferentes elencos de gobierno, más como adorno de mutuo provecho que como política. Sin embargo, hay tres momentos de unión de “la gauche” que marcaron la época. En 1936, con los coletazos de la crisis del 30 y el ascenso de Mussolini y Hitler, las izquierdas ganaron las elecciones, ya que juntaron a la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera, lo que llamaríamos hoy partido socialista), el Partido Comunista y los Radicales, además del apoyo orgánico de los intelectuales antifascistas. El programa político consideraba la disolución de las ligas de extrema derecha, valorización del salario, reforma de la prensa, nacionalizaciones selectivas, como los ferrocarriles, mayoría estatal en el Banco de Francia, creación del CNRS (el CONICET francés), respeto del derecho sindical,  40 horas de trabajo semanales y dos semanas de vacaciones pagas para los trabajadores. El flamante primer ministro electo del Frente Popular era el hermano mayor de Rene, el gran compinche de Marcel Proust, un tal León Blum.


Pero estaba la guerra civil española, los patrones enojados, la prensa desencadenada contra el gobierno del “judeo-bolchevique” Blum… al menos algunas reformas pudieron realizarse, antes que los radicales abandonen el barco para manejarlo.


Como el tiempo que se pierde no vuelve, habrá que esperar a 1972 para que los socialistas de Mitterrand, comunistas de Marchais y radicales de izquierda de Fabre establezcan el “programa común” de la gauche. Había una vocación de poder real, y no de insistir en gloriosas derrotas testimoniales, que hacían del proletariado francés un museo visitable pero imposible. Con el lema “cambiar la vida”, leemos el aumento del salario mínimo, reducción de la jornada laboral, jubilación a los 60 para hombres y 55 para mujeres, cinco semanas de vacaciones pagas, construcción de viviendas sociales, salud gratuita, igualdad entre sexos, abolición de la pena de muerte y despenalización de la IVE, fortalecer la planificación económica, nacionalizaciones de la banca, ayuda a la PyMES, derecho a la información, entre otras tantas… Habrá que esperar a 1981 para que Mitterrand encare parte de esas reformas.


Pero estábamos en plena guerra fría. La respuesta de la patronal fue la fuga de capitales, los medios no tuvieron piedad, la derecha fustigó a todo el gobierno, salvo a los radicales, que ya no contaban para nada. Mitterrand tuvo que elegir entre vivir o durar, y eligió durar. Los comunistas abandonaron el gobierno. Había llegado el momento del “ajuste”, y los socialistas pensaron que sería mejor con ellos que con otros. Mitterrand fue presidente de Francia de 1981 hasta 1995, el más longevo en el cargo, y no el menos brillante. Tiempo perdido o malgastado, sólo Proust lo dirá al recordar ese momento, entre un té y una magdalena.


Pasaremos rápido sobre la experiencia del socialista Lionel Jospin. Quizás el mejor preparado de los mencionados hasta ahora. A las apuradas alcanza los acuerdos necesarios para ser Primer Ministro con apoyo de los comunistas, radicales de izquierda y ecologistas, logra la semana de 35 horas, resiste la política austericida de la Unión Europea… pero sale tercero en las elecciones presidenciales de 2002. Otra vez, el tiempo perdido. Eso será una elección entre conservadores y la extrema derecha. Sí, la misma que odiaba a León Blum.


Frente al ascenso del fascismo ordinario, que levanta las banderas nacionales sólo delante de los inmigrantes extranjeros pero las reemplaza pronto por los pendones de la Otán –como Meloni en Italia- la gauche en Francia emprendió un Nuevo Frente Popular. Están Ecologistas, Insumisos, Socialistas, Comunistas, grupos territoriales (Bretaña, Guadalupe, Picardie) y temáticos (género, participación, clima), embarcados en un plan de ruptura. Como todo programa de coalición, la defensa activa de Ucrania convive con el reconocimiento de Palestina; propone aumentar los impuestos directos, evasión fiscal y super-beneficios empresarios para financiar educación y deporte; valorizar las jubilaciones y el salario de los funcionarios; recuperar los que fueron despedidos del servicio meteorológico, del cuidado del medio ambiente y de la prevención de riesgos; gestionar el agua en función del bien común; denunciar los tratados de libre comercio; construir viviendas sociales y favorecer el acceso a la propiedad para los que alquilan. Son apenas ejemplos: es una parada brava. Tienen a todos los medios en contra. Como cuando la derecha antisemita tildó los partidarios de Dreyfus que firmaron esa primer solicitada de “intelectuales”, Proust transforma el insulto en misión: “Sé que mi apellido no contribuirá en nada a la lista, pero ser parte de esa lista contribuirá a mi apellido”. Proust sólo quería saber si podía ser escritor, y sólo lo supo al escribir. Ojalá que la gauche francesa deje de estar perdida, que encuentre y se encuentre al saber si puede gobernar cuando sea gobierno, y así alcanzar ese “tiempo recobrado” en nombre de tantos y de todos nosotros.

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