Existe un acontecimiento: el asesinato de Nahel, 17 años, a manos de un policía francés en un control de tránsito en los suburbios de París. El motivo del disparo a quemarropa fue el refus d’obtemperer del adolescente, que traducimos como «negativa a obedecer» o «resistencia a la autoridad». Las penas previstas por la ley en caso de evadir esos controles consisten en 7500 euros de multa, hasta tres años de cárcel, o pérdida del permiso de conducir. Pero no la pena de muerte: en las mismas situaciones ya hay 13 personas fallecidas a manos de policías desde principios del 2023.
Existen razones. Aunque la reforma de la seguridad de febrero de 2017 señala las situaciones peligrosas, deja más discrecionalidad a las fuerzas del orden en el uso de armas de fuego, (art. L-451-1 de la ley 2017-258), cuando antes estaba codificado con precisión desde 1966. En los textos actuales, equiparan el comportamiento permitido a los policías, que son funcionarios civiles, a los gendarmes, que son militares. Así, la Inspección General de la Policía Nacional señala que desde 2017 el uso de armas de fuego aumentó un 30% en las intervenciones policiales, con un 40% más de tiros en los controles de tránsito. Es la consecuencia del discurso de mano dura que emplean liberales de izquierda o de derecha cuando buscan el voto de cierto electorado.
Otro elemento de análisis es el racismo en la sociedad francesa. Negado por la República –no hay preguntas en cuanto a origen étnico en los censos– el racismo existe. Está el de las clases altas, que equiparan pobreza con inmigración, aunque con un par de distinto color no tienen problemas: el dinero borra límites. Está el de los sectores populares. Gracias al abandono de los barrios por parte de la izquierda, la extrema derecha identifica a los inmigrantes como fuentes de todos los males: inseguridad, desempleo, crisis económica. Lo que distingue al blanco pobre de su vecino de origen árabe es que el blanco puede ser racista. Esas son las consecuencias del abandono de la política territorial… El asunto es que los extranjeros en Francia son apenas el 10% de los 68 millones de habitantes, y la mitad son de origen europeo. Los tres millones de extranjeros que quedan originarios del Magreb, del África Subsahariana o de lejano oriente han adoptado hace mucho comportamientos adaptativos a la sociedad francesa. En su gran mayoría ya son franceses de primera, segunda o tercera generación. ¿Entonces, cómo entender el estallido social?
De algo de eso habla Alexis Jenni en «el arte francés de la guerra», publicado en 2011.
Esa novela de 630 páginas ganó el premio Goncourt, aunque no tuvo el éxito esperado en ventas. Trata de la vida de un oficial paracaidista francés que peleó en la resistencia contra los alemanes, así como en Indochina y Argelia. Entre tantas páginas, hay un momento donde el narrador establece un paralelismo entre las estrategias empleadas en las guerras coloniales y las tácticas de la policía en el control de la población suburbana, ya en la Francia actual.
Una es el control territorial. De día pertenece a las «fuerzas del orden», de noche a los «insurrectos». Hay una asimetría de medios y posibilidades entre unos y otros. Antes había que defender al imperio en las colonias, ahora hay que defender el orden «republicano». Otro es el manejo político: el Estado francés llega a ciertos lugares, no a todos, ni a todo, ni del mismo modo. Después, la reminiscencia de las selvas vietnamitas y los escondites argelinos acechan tanto como los barrios populares del suburbio, hechos de urbanizaciones en torres y barras, ambos inextricables. Y en esas junglas de cemento… las mismas poblaciones sublevadas: magrebíes, africanos subsaharianos, vietnamitas, pero sólo de origen, cada vez más lejano. Son ciudadanas y ciudadanos franceses.
Las poblaciones francesas de origen extranjero no quieren cambiar la sociedad, sino integrarse, como la mayor parte de los sectores populares.
El desmantelamiento del Estado de Bienestar, el aumento de la precarización ponen de manifiesto problemas que podrán ser resueltos desde lo político, si gana el análisis en términos sociales, o serán tratados de modo represivo si prima la visión étnica.
Esa importación de conflictos coloniales queda reflejado en la distribución del ingreso, en la desigualdad de acceso a los servicios públicos, en las posibilidades de trabajo para los franceses de origen africano, pese al buen desempeño universitario de las segunda y tercer generaciones. Tanto más que pareciera que la educación pública francesa –de muy buena calidad– los educa para una sociedad cuyas clases acomodadas los rechazan por el color de la piel, por la pertenencia de clase.
Para enfrentarlos despliegan decenas de miles de policías y gendarmes, hay miles de detenidos, centenares de edificios públicos quemados, comercios saqueados… así como destrucción de transportes públicos y autos particulares. Las noches no son tranquilas en los suburbios de las grandes ciudades francesas. Como antes, en otros lugares. En el fondo, es una negación de la ciudadanía. Como ahora, en estos lugares. Y así lo reconocen las propias fuerzas del orden.
La policía francesa tiene sindicatos. Está bien, es una elección de cada país. Pero cuando las organizaciones más representativas llaman en un comunicado emitido este 30 de junio a «imponer la calma» frente a «hordas salvajes»; exigen que «los detenidos deben ser imposibilitados de perjudicar» (¿cómo?) y consideran que esa es la única política a seguir.
Llaman a la solidaridad de la familia policial –un llamado corporativo– para superar la acción sindical para ir al combate contra los «elementos dañinos». «Someterse, capitular (…) y deponer las armas no son soluciones habida cuenta de la gravedad de la situación»; «no queremos volver a vivir esta mierda (chienlit) que soportamos desde hace decenios».
«Hoy los policías estamos en combate ya que estamos en guerra». «Mañana estaremos en resistencia y el Gobierno deberá ser consciente». ¿Guerra? ¿Resistencia? ¿Con quién? ¿Contra quién? Una proclama sediciosa que no renegarían los veteranos de las guerras coloniales de Indochina y de Argelia. Esta noche, Francia volverá a arder. Toque de queda… Prohibición de reuniones públicas… Violencia… ¿Arte francés de la guerra?